“El Bosque de los Suicidios” se
inspira en la localización real del bosque de Aokigahara, situado en la
provincia de Yamanashi, a 100 kilómetros al oeste de Tokio, a los pies del
monte Fuji y convertido en un lugar al que muchas personas acuden para
suicidarse, con un promedio entre 50 y 100 muertes anuales. Este fúnebre dato
ha convertido al lugar también en un lugar visitado por todo tipo de turistas y
visitantes que viajan hasta allí atraídos por su leyenda, aunque siempre se les
pide que no abandonen el sendero para evitar perderse o encontrarse con los
restos de algún suicida. Esta particular relación de la cultura japonesa con la
muerte y su mitología entorno al mundo espiritual resultaba, sin duda, un punto
de partida muy atractivo para el cine, y más concretamente para el género
fantástico. Protagonizada por Natalie Dormer, la cinta busca combinar estos
componentes con una trama sobre ese vínculo metafísico que tradicionalmente se
le atribuye a los hermanos gemelos. Sarah y Jess comparten no sólo ese lazo
fraternal, sino también un trauma infantil anidado en su interior, donde ha ido
germinando en forma de tristeza reprimida y que se convertirá en reclamo para
los Yūrei, los espíritus atormentados de los suicidas del bosque que se
alimentan de la aflicción de los vivos y buscan atraerlos a la muerte.
Desgraciadamente, lo prometedor del
punto de partida se queda meramente en eso. El guion escrito por Nick Antosca,
Ben Ketai y Sarah Cornwell (a partir de una idea de David S. Goyer) no se
preocupa en desarrollar los interesantes ingredientes con los que cuenta, ni
siquiera para formar una historia mínimamente coherente, resultando en su mayor
parte incoherente o absurda. El director, el debutante Jason Zada, se muestra
torpe e incapaz de generar una atmósfera sugerente o aterradora, provocando que
durante la mayor parte del metraje no pase realmente nada y recurriendo si
acaso, de manera ocasional, al sobresalto como recurso fácil para intentar
asustar al espectador. Rodada en el Parque Nacional de Tara, en Serbia, y no en
la verdadera Aokigahara (aunque sí hay algunas escenas rodadas en Japón para
ambientar la llegada de la protagonista al país), la puesta en escena de Zada
ni siquiera es capaz de aprovechar lo incierto del frondoso bosque para
inquietar al espectador. Sólo el loable esfuerzo de la actriz protagonista por
dotar de algo de humanidad y ambigüedad a su personaje y algún apunte de
interés en la dirección de fotografía a cargo de Mattias Troelstrup consiguen
aportar un mínimo de atractivo a la historia, pero insuficiente como para
contrarrestar los aspectos negativos de la cinta.
“El Bosque de los Suicidios” se salda
así como una película vulgar, sin interés, repleta de lugares comunes y
pésimamente realizada, que desaprovecha por completo sus ideas de partida y fracasa
a la hora de generar terror o inquietud en el espectador.
Pues que lástima porque el lugar merecía al menos una buena historia. No hará mucho, en un reportaje, en según que puntos críticos del bosque el gobierno había instalado carteles de autoayuda y unos altavoces con música feliz para ahuyentar la intención de suicidio de la persona. Tiene tela el lugar en el que se basa esta peli. Un saludo!
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