Pese haber alcanzado su momento de mayor popularidad con películas de estudio como “La Zona Muerta” o “La Mosca”, lo cierto es que el idilio de David Cronenberg con Hollywood fue breve. Tras probar las mieles de la Meca del Cine a mediados de los 80, el cineasta regresó a sus producciones pequeñas e independientes en Canadá, donde siempre ha ejercido como uno de los principales impulsores de la cinematografía nacional dentro y fuera de sus fronteras. Fugaz, pero intenso, ese periodo dentro del canon (donde ejecutivos desorientados le ofrecieron dirigir títulos tan lejanos a su cine anterior como “Flashdance”, “Top Gun” o “El Retorno del Jedi”) permitió a Cronenberg hacerse una idea clara de cómo funciona ese microcosmos de envidias, ambición desmedida, comportamientos perversos y endogámicos y fantasmas internos, es decir, lo que en esencia es el macabro universo cinematográfico propio del director.
A medio camino entre la sátira corrosiva y el drama escabroso, “Map to the Stars” parte de un guion original escrito por Bruce Wagner, autor que se alimenta aquí de su conocimiento del entorno gracias a la época en que era conductor de limusinas (como Jerome, el personaje interpretado por Robert Pattinson). Con esta historia, Wagner no pretende dar un retrato exhaustivo de Hollywood, pero sí escarba en la llaga de una sociedad hipócrita, superficial y frívola, que se rige por intereses creados y amistades peligrosas. Así, temas como lo efímero de la fama, el sexo como elemento de canjeo, el chantaje emocional o el consumo de todo tipo de sustancias (algunas ilegales, otras recetadas) con el fin de soportar el vacío existencial de una vida insustancial perfilan un retrato de la industria del cine y sus participantes poco halagador y bastante grotesco. Por su parte, Cronenberg reincide en elementos recurrentes de su cine, como personajes de psicología estriada, con traumas internos que les aíslan de la realidad, y que somatizan de forma física (como las quemaduras de Agatha, el personaje interpretado por Mia Wasikowska) hasta eclosionar de forma agresiva e incontrolada. Para ello, el cineasta hace uso de su habitual puesta en escena aséptica y estilizada, emocionalmente fría, pero donde las secuencias más explicitas sirven de contraste con ese entorno de sentimientos silenciados. El lujoso entorno en que conviven estos personajes se convierte así en una tentadora jaula de oro, demasiado hermosa como para querer abandonarla, pero carente de calidez emocional. Todo resulta muy esteticista (casas vanguardistas, muebles de diseño, ropas de alta costura y coches caros), pero también tremendamente impersonal para acoger a unos personajes que han intentado acallar sus propias necesidades con el fin de integrase en ese entorno fastuoso. Sin embargo, lo que está enterrado acaba brotando y en esta ocasión el detonante es el regreso de Agatha, una Lilith expulsada del Paraíso y cuyo retorno abre heridas cauterizadas, pero nunca curadas. Resulta curioso que precisamente esta película, y pese a los antecedentes del director, haya sido la primera que Cronenberg ha rodado en territorio estadounidense. Hasta ahora, siempre había redirigido la mayor parte de sus rodajes a Toronto, pero los exteriores que necesitaba para esta historia sólo podía encontrarlos en el Sur de California (Hollywood, Beverly Hills).
El director echa mano también de su habitual habilidad para la dirección de actores, destacando especialmente una soberbia Julianne Moore y un inquietante Evan Bird. La primera interpreta a Havana Segrand, una actriz veterana, quien por un lado debe afrontar la llegada de la madurez, momento siempre temido por toda actriz en Hollywood, y por otro hacer frente al recuerdo traumático de su madre. Moore es capaz de reírse del absurdo de su personaje, representando la vacuidad de su vida, sin perder el sentido del drama. Se trata de un personaje al límite que exige de la actriz un alto grado de exposición, algo que, por otro lado, Moore siempre ha afrontado con valentía a lo largo de su carrera. Por su parte, Bird supone una revelación, un actor de rostro aniñado y cuerpo inquietante, que ilustra a la perfección ese salto de todo niño prodigio, desprovisto de infancia, a la adolescencia, con los riesgos de los excesos de la fama y el temor a convertirse en otro juguete roto de Hollywood. En su personaje, Benjie, las referencias a nombres como Macaulay Culkin o Lindsey Lohan resultan inevitables y buscadas. Físicamente, el personaje de Agatha es el más Cronenbergiano de todos, sus cicatrices son la Nueva Carne. La cinta utiliza el elemento del fuego como metáfora de la necesidad de esterilizar ese mundo infectado. La protagonista es la primera en pasar por esa cura que la deja marcada. A su regreso busca ocultar las cicatrices con su cabello, pero las quemaduras no sólo son un caso de fealdad en una sociedad que idolatra el cuerpo, sino también una prueba de haber salido de ese entorno endogámico.
Frente a estos tres personajes principales, encontramos otros secundarios, que sirven de apoyo, pero en los que se evidencia la dispersión del libreto. En los tres casos, el cierre de sus respectivas historias resulta precipitado y poco satisfactorio, carente de la progresión necesaria. Quizás el exceso de subtramas obligó a la tijera en postproducción, pero lo cierto es que nos encontramos ante tres personajes con posibilidades, que quedan reducidos a una descripción superficial, lastrando no sólo su peso en la película, sino también la importancia de su aportación a la trama global. Robert Pattinson interpreta el papel más equilibrado de la cinta, quizás por ser un aspirante, pero aún no perteneciente, al círculo de Hollywood. Inicialmente, Jerome parece representar una tabla de salvación para Agatha, sin embargo, la ambición de éste por entrar en la jaula de oro y codearse con la fauna autóctona y lo profundo del trauma de la protagonista parece convertirse en un obstáculo difícil de superar. Por otro lado, tenemos al matrimonio Weiss (cuyo apellido fonéticamente suena cercano a “vice”/vicio), interpretados por John Cusack y Olivia Williams. El primero interpreta a un falso gurú, un terapeuta de autoayuda que combina el psicoanálisis con el masaje terapéutico y cuyas sesiones con Havana parece remitir al acto sexual. La segunda interpreta a la madre de Benjie y quien dirige su carrera, responsable de la pérdida de la infancia de su hijo, vendida por la ambición de la familia.
“Map to the Stars” supone, por lo tanto, un interesante acercamiento a ese crepúsculo de los dioses que es Hollywood, aunque para ello peque de demasiada frialdad y un tono excesivamente cerebral que resta al conjunto impacto emocional, además de una trama argumental rica y jugosa, pero a la que le falta algo de cohesión para poder concretar mejor en su tercio final los múltiples hilos narrativos que la conforman. Con este título, Cronenberg sigue definiéndose como un hábil cronista de nuestra sociedad, aunque en esta ocasión el tiro no resulte tan certero como se esperaba de él.
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