Uno de los estrenos esperados para este verano era “El Legado de Bourne”, cuarta entrega de una saga que ha redefinido el cine de acción de lo que llevamos de siglo XXI y que ahora afronta uno de sus momentos más complicados al tener que continuar la historia prescindiendo de algunos de los pilares sobre los que se ha construido la franquicia.
El personaje de Jason Bourne fue creado en el escritor Robert Ludlum en 1980. Se trataba de una asesino entrenado por una agencia del gobierno para llevar a cabo misiones moralmente cuestionables, desarrolladas bajo el secretismo de la conspiración. Tras una de estas misiones, Bourne pierde la memoria e intenta descubrir quién era en realidad, al mismo tiempo que aquellos que le crearon intentan matarlo. Cuanto más avanza en su investigación, más asuntos turbios va descubriendo Bourne y más se replantea la moralidad de sus actos anteriores. Escritor de novelas de espionaje y suspense bastante populares, Robert Ludlum creó a través de sus libros una visión pesimista y recelosa de las funciones de los organismos oficiales de información y la integridad de sus acciones; sin embargo, a pesar de su éxito, nunca tuvo el reconocimiento crítico y profesional de otros compañeros como, por ejemplo, John Le Carré o Tom Clancy. Hay que tener en cuanta que la mayor parte de sus historias fueron creadas durante la década de los 70 y los 80, durante la última etapa de la Guerra Fría, un contexto que las películas de Jason Bourne han sabido adaptar muy bien al panorama de paranoia internacional generado tras los atentados del 11 de Septiembre de 2001. A parte de las películas de Jason Bourne, este escritor pudo ver como varias de sus obras eran llevadas al cine, con resultados un tanto irregulares, a pesar de haber contado en algunos casos con excelentes directores. En 1983 Sam Peckinpah dirigió “Clave: Omega”, y dos años más tarde John Frankenheimer ofrecía “Funeral en Berlín”. Otras novelas suyas han sido llevadas a la pequeña pantalla, como “El Factor Hades”, realizada en 2006 por Mick Jackson y protagonizada por Stephen Dorff, título que vio la luz gracias, precisamente, al éxito de las adaptaciones de las novelas de Jason Bourne. Ludlum falleció en 2001, antes de poder ver cómo su principal creación era aclamada en las salas de cine, aunque eso sí, dejando tras de sí varios manuscritos inéditos y varios resúmenes previos, que están siendo debidamente explotados por las editoriales. Si bien con “El Ultimátum de Bourne” se completaban las adaptaciones de la saga literaria (aunque siempre en versiones libérrimas), Universal inmediatamente optó por comprar los derechos tanto de las obras literarias como de sus personajes para poder seguir explotando el filón de manera indefinida.
Antes de que Matt Damon encarnara a Bourne en 2002, en 1988 la novela de “El caso Bourne” ya había sido llevada a la pequeña pantalla, con un reparto encabezado por dos estrellas televisivas, Richard Chambelain y la ex ángel de Charlie Jaclyn Smith. A pesar de su origen televisivo, la cinta demostró estar muy cuidada y pensada como un producto de lujo. Roger Young apostó por una puesta en escena bastante clásica y elegante, muy diferente a la que presentaron posteriormente Doug Liman y Paul Greengrass. Construida en forma de miniserie de dos episodios, esta versión se centraba más en la relación de los dos personajes principales, respetando más la novela original. Sus tres horas de duración resultaban bastante equilibradas y supuso un buen entretenimiento. Los actores cumplen con su papel, aunque si hay que decir que esta versión en ningún momento se acerca a la intensidad de las versiones cinematográficas.
En lo referente a las nuevas adaptaciones de la novela, hay varios nombres que hay que destacar por su importancia a la hora de garantizar el éxito y la calidad de la serie. En primer lugar debemos mencionar al guionista Tony Gilroy, autor de excelentes guiones como los de “Eclipse Total” o “Pacto con el Diablo”, aunque también responsable de los deficientes libretos de títulos de acción de éxito como “Armaggedon” o “Bait”. Gilroy se ha mantenido como el guionista principal a lo largo de la trilogía, siendo el encargado de desarrollar todo el apartado humano de las historias. Si bien estamos hablando de títulos de acción, donde esta, por supuesto, juega un papel predominante, uno de los aspectos que han caracterizado a esta serie, y que ha sido en gran parte responsables de su éxito, es el calado humano de los personajes. Al contrario que otras cintas de acción al uso, aquí la violencia parte intrínsecamente de los conflictos de los personajes, en lugar de ser estos meras excusas. Esta relevancia del papel de Gilroy en la franquicia fue lo que le postuló como candidato ideal para continuar las aventuras de Bourne en la cuarta entrega, tras el abandono de Paul Greengrass y Matt Damon.
A pesar de haber ganado un Oscar a Mejor Guion por “El Indomable Will Hunting” y estar considerado una de las estrellas emergentes de Hollywood, Matt Damon no las tenía todas consigo antes de protagonizar “El Caso Bourne”. Su filmografía estaba plagada de títulos de prestigio, pero limitada escala comercial. El mismo actor ha confesado que, de no haber sido por este personaje, tal vez su carrera nunca hubiese llegado a nada y hubiese caído en el olvido como tantas otras jóvenes promesas. Lo cierto es que Damon aportó a Bourne dos componentes esenciales. En primer lugar, el físico, la estrella se esforzó por hacer verosímiles las proezas del espía amnésico, no sólo en las secuencias de acción, sino en cada plano donde sale el personaje a través de un lenguaje corporal medido y preciso. En las escenas de lucha cuerpo a cuerpo, Damon se muestra contundente, rápido y eficaz (realizando el mismo muchas de las secuencias de riesgo, pero contando también con un equipo de dobles de acción de alto nivel), mientras que en el resto consigue convencer al espectador de que estamos ante alguien con un control absoluto del espacio en el que se mueve. Por otro lado, y más importante para el éxito de las películas, le aporta un complejo trasfondo emocional y psicológico. Como ha explicado el actor, Bourne se diferencia del modelo habitual establecido por James Bond, en el sentido de que él cuestiona moralmente sus acciones y la brutalidad que le rodea, intentado evitar la confrontación y saldar sus pecados pasados. No es un héroe de acción que vaya en busca del riesgo, sino una víctima que intenta huir de un entorno de violencia, pero esta le persigue inexorablemente. El espectador aplaude la fortaleza del protagonista, pero también empatiza con su drama y su conflicto interno. Esto le hace vulnerable, pero también más humano, potenciando el heroísmo de sus acciones, frente a cualquier otro guerrero inmutable.
Junto a Damon encontramos gran cantidad de personajes secundarios, pequeñas piezas del puzzle que adquieren un peso específico en la narración gracias al carisma y la presencia física que le aportan los actores escogidos. El aspecto romántico fue cubierto en la primera entrega por Franka Potente, una actriz de origen alemán que acababa de obtener cierto prestigio internacional gracias a su trabajo en la película de Tom Tikwer “Corre, Lola, Corre”. En “El Ultimátum de Bourne” este puesto fue ocupado por Julia Stiles, cuyo personaje venía acompañando al protagonista desde el principio, pero que sólo en la tercera entrega reveló su verdadera conexión con él. Desgraciadamente, la conexión de Bourne con Marie (Potente) resultó más prominente para la saga que con Nicky Parsons (Stiles), conformando la confesión de ésta última un giro de trama forzado y poco verosímil. Otros personajes importantes van alternando su imagen a medida que los descubrimientos del pasado de Bourne se van sucediendo, generando todos ellos una impresión de desconfianza y ambigüedad en el espectador. En esto, es importante destacar el trabajo de actores prestigiosos como Brian Cox, Chris Cooper, Joan Allen, Davis Strathairn, Scott Glenn o Albert Finney. Si todos ellos ponen en jaque intelectualmente a Bourne, los encargados de darle caza y emprender contra él una confrontación física tampoco se quedan atrás a la hora de adjudicarse nombres destacados. En “El Caso Bourne” el enfrentamiento principal del héroe era contra El Profesor, interpretado por Clive Owen, mientras que en “El Mito de Bourne” le tocó el turno a Karl Urban como el letal Kirill y, en “El Ultimátum de Bourne”, encontramos a Edgar Ramírez en el papel de Paz, también impactante, aunque en menor medida que sus predecesores.
“El Caso Bourne” estaba dirigida por Doug Liman, cineasta formado en producciones independientes como “Swingers” o “Viviendo sin Límites”, caracterizadas más por su tono de comedia que por la acción. Para esta película, Liman apostó por un puesta en escena física y realista, limitando al máximo el uso de efectos especiales digitales y potenciando la recuperación de los especialistas de acción. Para dar una mayor verosimilitud a las secuencias violentas, especialmente las de confrontaciones físicas, optó por una narrativa nerviosa y entrecortada, basada sobre todo en la rápida sucesión de planos detalle que daba una mayor agilidad y confusión a lo que sucedía en pantalla. Esta elección pasó a convertirse en una de las señas de identidad de la saga y uno de los elementos imitados hasta la saciedad por otras producciones. Liman no repitió jugada en la segunda entrega, “El Mito de Bourne”, cediendo el testigo a Paul Greengrass, cineasta curtido en el terreno del documental y que dos años antes había obtenido un gran éxito gracias a su cinta “Bloody Sunday”, sobre la masacre durante una manifestación por los derechos humanos en la Irlanda de 1972 a manos de las tropas británicas. El cambio de director le sentó de maravilla a la saga. Greengrass potenció algunos de los atributos marcados por Liman, como el ambiente paranoico y receloso de los organismos oficiales de información o la narrativa nerviosa y sesgada. De esta manera, el resultado fue una secuela mucho más madura y dinámica, ajustada a la sociedad post 11-S. Este éxito y la confianza ganada de la estrella de la película le abanderaron como autor del tercer episodio, donde el cineasta se esforzó en ofrecer una nueva vuelta de tuerca en la narrativa de la franquicia.
Un nombre decisivo para el cambio que se produjo en la serie a partir de “El Mito de Bourne” fue Dan Bradley, quien con la entrada de Greengrass en la franquicia pasó a sustituir a Nick Powell, como coordinador de los especialistas, y a Alexander Witt, como director de segunda unidad. Activo desde principios de los 80, la filmografía de Bradley dentro de las secuencias de acción ya incluía ya títulos notables como “Casino”, “Tres Reyes”, “La Habitación del Pánico” o “Spiderman 2”. Al combinar estos dos apartados de la producción, consiguió darle un mayor empaque a la acción de la película, trabajando intensamente con Matt Damon para incrementar la presencia física del personaje y los movimientos en las peleas. En este sentido, las secuencias de persecución orquestadas para cada nueva entrega, involucrando diferentes tipos de vehículos en intrincadas secuencias de carretera, sobre todo en el clímax final de cada película, han pasado también a convertirse en un sello particular de la franquicia. En esto juega también un papel imprescindible la conjunción de este material con el montaje, el sonido y la fotografía. La labor de Christopher Rouse en la edición fue decisiva (primero como montador de algunas escenas en “El Caso Bourne” y como editor oficial a partir de “El Mito de Bourne”), no limitándose únicamente a dar una narrativa y un ritmo a la acción, sino más bien crear una filosofía propia. Por muy confusa que pudiera parecer la acción en pantalla, cada plano respondía a una necesidad, a un propósito. En ocasiones, la acción se desarrollaba de manera tan frenética en pantalla que el ojo era incapaz de seguir todos los movimientos. En esos casos, el uso del sonido venía a rellenar esos huecos de información, guiando al espectador a través de una sucesión de choques de los más inimaginables objetos contra los cuerpos de los protagonistas, o los mil y un efectos que acompañaban a las accidentadas carreras de los vehículos en plena persecución. No es de extrañar por lo tanto que tanto el montaje, como la edición y la mezcla de sonido fueran recompensados con Oscars en la edición de 2008 de los Premios de la Academia, simbolizando estos galardones a “El Ultimátum de Bourne” más bien un reconocimiento a la labor realizada durante la trilogía. Por su parte, Oliver Wood fue el encargado de la dirección de fotografía de las tres entregas, aportando a la imagen una luz gélida, impersonal que conjuntaba con la frialdad y la inmoralidad de ese mundo de conspiraciones y traiciones en el que se ve inmerso el protagonista.
Como hemos indicado antes, el éxito de las tres primeras entregas de la franquicia (unido al de la serie “24” en televisión) sirvió para generar una nueva moda cinematográfica que planteaba al cine de acción una alternativa hiperrealista alejada del formato imperante desde finales del siglo XX, donde, a la zaga de títulos como “Matrix”, los efectos especiales digitales habían sustituido a los efectos físicos en favor de una plasticidad postmoderna y sobrecargada. Sin contar con la lógica equivalencia con “Green Zone. Distrito Protegido” (donde se reencontraban Greengrass, Damon, Bradley y Rouse, entre otros), una de las influencias más notables fue el giro provocado en la franquicia de James Bond, donde los productores contrataron a Dan Bradley para aportar al espía original algo de la frescura de Bourne, aprovechando el reinicio de la serie con la entrada de Daniel Craig en el papel principal. Esta misma huella la podemos encontrar en otras superproducciones que han recurrido a Bradley para coreografiar sus escenas de acción, como “Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal” o “Misión Imposible. Protocolo Fantasma”, o incluso algunas totalmente desvinculadas de la saga Bourne como las dos últimas entregas de “A Todo Gas”, “Hitman”, “En el Punto de Mira. Vantage Point”, “Hannah”, “Venganza”, “Sin Identidad”, “Indomable” o “El Invitado”.
“El Ultimátum de Bourne” cerraba un ciclo en la franquicia, pero dejaba el final abierto de cara a futuras entregas. El planteamiento inicial era mantener al mismo equipo que en las dos secuelas, sin embargo, mientras Greengrass y Damon apostaban por el guion de George Nolfi, Universal prefería mantener a Tony Gilroy como líder del equipo literario de la saga. Esto llevó al director y al estudio a una situación de diferencias irreconciliables, provocando poco después también el abandono de Damon ante las medidas de imposición de la Major. Universal no se dejó achicar por este contratiempo y optó por continuar la saga por un camino alternativo, pero que no cerraba la posibilidad de regreso de la estrella para una futura aventura. Con Gilroy ahora también detrás de la cámara, “El Legado de Bourne” introduce una trama que transcurre de manera paralela a la de “El Ultimátum de Bourne” y nos presenta a un nuevo soldado del programa Trendstone, Aaron Cross, en este caso, un soldado mejorado genéticamente gracias a un proyecto experimental que potencia las habilidades físicas e intelectuales de sus conejillos de indias.
En primer lugar podemos apreciar que esta cuarta aventura retoma muchos elementos de “El Caso Bourne”: Inicialmente la agencia da por muerto a Cross, el personaje de Eric Byer (Edward Norton) recuerda a Conkin (Chris Cooper), de igual manera que Turso (Stacy Keach) equivale a Ward Abbott (Brian Cox), se busca crear entre el nuevo protagonista y la Dra. Marta Shearing una relación romántica similar a la existente entre Bourne y Marie, y el epílogo final recuerda también a aquella idílica conclusión que cerraba la primera entrega de la serie. Es cierto que Cross no sufre de la amnesia que servía como mcguffin del personaje de Bourne, pero su desconocimiento de las características del programa, así como del porqué de su cancelación, lo sitúa también en una posición de desventaja frente a la agencia.
La interpretación de Jeremy Renner busca aportar al personaje las mismas características que hicieron triunfar la opción de Matt Damon en 2002. El actor ya había logrado destacar en papeles de acción en títulos como “En Tierra Hostil”, “Misión Imposible. Protocolo Fantasma” o “Los Vengadores”, y aquí se presta para ese tipo de acción física que define a la serie. Desde el comienzo de la película, donde le vemos en medio de un paisaje inhóspito hasta el clímax final con la persecución por las calles de Manila, vemos en Renner un esfuerzo por estar a la altura de su predecesor. También busca llevar a su personaje a un terreno más emocional, especialmente en lo referente a su relación con la Doctora Marta Shearing, como el declive del protagonista ante la pérdida del tratamiento que potencia sus habilidades. El propósito es que podamos ver en Aaron Cross a un héroe imperfecto, vulnerable, al igual que sucediera con Bourne y para ello la interpretación de Renner es decisiva y, casi, el único componente verdaderamente efectivo en este sentido. Donde no encontramos la misma equivalencia es en ese control que mantenía Bourne del espacio, analizando las características el entorno y estableciendo rutas de huida o de confrontación según la situación. Asumimos que Cross posee también estas características, pero ni la interpretación de Renner, ni la narrativa de Gilroy subrayan este apartado.
Los personajes secundarios mantienen las pautas propias de la serie, marcando la ambigüedad de su comportamiento, cuando no una actuación abiertamente amoral, sustentada en un sentido del patriotismo trasnochado y extremista. Pese a dedicar gran parte del metraje de la película en establecer el contexto en que se desarrolla la acción, la película evita dar demasiada información acerca de estos personajes, apoyándose principalmente en el carisma y la presencia en pantalla de actores como Edward Norton o Stacy Keach. No podemos decir lo mismo de Louis Ozawa Changchien (“Predators”, “Caza al Espía”), cuyo papel de Larx 3 queda muy lejos de asemejarse a sus equivalentes anteriores como El Profesor de Clive Owen, Kirill de Karl Urban o Paz de Edgar Ramírez. Bajo la extirpación de emociones a la que se ha visto sometido el personaje, lo que queda patente en pantalla es una especie de versión bochornosa de un terminator.
Pese al esfuerzo emprendido por los actores, esta cuarta entrega fracasa estrepitosamente y en gran medida esta responsabilidad cae en manos de Tony Gilroy. En primer lugar, el guion presentado ofrece muchas flaquezas. La primera es que dilata en exceso la presentación de personajes y del argumento, de manera que el primer enfrentamiento físico no se produce hasta pasada una hora de película. Para un thriller de acción de 135 minutos de duración, heredero (como hemos visto) de una de las sagas más influyentes del género en este siglo XXI, esto es un lujo que no se puede permitir. Si al menos lo que hace dilatar tanto la acción aportara algo novedoso o realmente estimulante para la película se podría perdonar, pero tampoco es el caso. Gran parte de ese tiempo se dedica a presentar elementos que ya estaban definidos en las películas anteriores (las habilidades de los miembros del programa, el componente siniestro y conspiratorio de la Agencia) e incluso la incorporación de nuevos datos como la modificación genética de los soldados para mejorar su rendimiento traiciona en parte el espíritu anterior. Jason Bourne era una persona normal, convertida en una máquina de matar a partir de un entrenamiento radical, ahora hablamos de mutantes que han trasgredido los condicionamientos humanos para llevar a cabo acciones que abandonan el realismo de las entregas anteriores y entran en el campo de la ciencia ficción.
Gilroy se evidencia también como un director inhábil, torpe, incapaz de abordar una producción de estas características. “Michael Clayton”, su debut en la dirección, era una cinta ambiciosa y bien resuelta y “Duplicity” resultaba un entretenimiento agradable, pero aquí no es solo que la sombra de Paul Greengrass sea alargada, sino que la narración afronta situaciones de auténtica impericia, como el enfrentamiento con los lobos o la persecución final. A esto se suma el favorecimiento nepotista a sus hermanos Dan y John Gilroy, el primero como coautor del guion y el segundo responsable del montaje de la película. Pese a intentar replicar el estilo de Christopher Rouse, la edición de la película resulta más rutinaria e impersonal. Dan Bradley vuelve a encargarse de las funciones de coordinador de escenas de acción y director de segunda unidad, pero John Gilroy es incapaz de sacar todo el rendimiento posible a este trabajo. Otros aspectos de la producción, como los efectos digitales, resultan también deficitarios. El lobo de CGI con el que se enfrenta Aaron Cross resulta demasiado evidente en pantalla, de igual manera que el destino final del personaje de Larx 3 es resulto de manera demasiado bochornosa para una producción de este nivel.
Queda ahora en el aire ver cuál va a ser el futuro de esta franquicia. Previo a su estreno, uno de sus productores, Frank Marshall (conocido principalmente por su labor en la Amblin de Steven Spielberg), aventuraba una posible alianza entre Bourne y Cross para una siguiente entrega, esperanzado con un regreso de Matt Damon. Sin embargo, los resultados de “El Legado de Bourne” han quedado lejos de contentar artística y económicamente, lo que seguramente hará que el estudio se plantee seriamente su continuidad y que vaya con pies de plomo en caso de apostar por una quinta aventura. Sería una pena que la franquicia se clausurara con una película tan desmerecedora, pero también es importante plantearse si Universal va a ser capaz de reflotar la serie al nivel de excelencia establecidos con “El Mito de Bourne” o “El Ultimatum de Bourne”.
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