INTRODUCCIÓN
Una de las mayores críticas que se le hacen al cine moderno es su falta de originalidad; se dice que ya todo está dicho y que el futuro no contará más que con revisiones de las mismas ideas. Sin embargo, hubo un tiempo (no muy lejano, poco más de 100 años) en el que las páginas de la historia del cine estaban en blanco, nadie había escrito nada en ellas, entre otras cosas porque no se sabía qué escribir. Para algunos el cine era una atracción de barraca, para otros una nueva aberración de la ciencia. Fue en esta época cuando apareció David Wark Griffith, el hombre que inauguró los anales del nuevo arte con letras doradas. La reciente edición de Divisa, en su colección Orígenes del Cine, de dos de sus películas (“Las Dos Tormentas” y “Las Dos Huerfanas”), nos lleva a repasar la figura y la obra de este insigne cineasta.
Sergei Eisenstein, el mayor cineasta ruso, autor de obras tan importantes como “El Acorazado Potemkin”, “Octubre” o “Alexander Nevski”, dijo acerca de Griffith: “Me gustan poco los dramas de Griffith, al menos el sentido de la dramaturgia. En él todo responde a conceptos atrasados. Es la expresión última de la aristocracia burguesa en su apogeo y cerca de su declive. Pero es Dios Padre. Griffith lo ha creado todo. No hay cineasta en el mundo que no le deba algo. Lo mejor del cine soviético ha surgido de “Intolerancia”. En cuanto a mí, se lo debo todo.” Sin embargo, Eisenstein se equivocaba. En Griffith no todo responde a conceptos atrasados. Es cierto que muchos de sus logros están ahora en desuso (por ejemplo el fundido en iris para resaltar algún detalle de la imagen), pero es precisamente el modelo que él marcó el que gobierna soberano en el uso del lenguaje cinematográfico. Ejemplo de esto lo podemos encontrar en grandes maestros como Orson Welles (quien, después de haber sido aclamado como el revolucionador del lenguaje cinematográfico por “Ciudadano Kane” en 1940, explicó que la gran mayoría de los avances a él atribuidos eran originarios de Griffith) o Martin Scorcesse (quien con el barroquismo empleado en “La Edad de la Inocencia” realizó en 1992 un homenaje al mítico cineasta).
EL HOMBRE QUE QUERÍA SER ESCRITOR
Lewelyn Wark Griffith nació el 22 de Enero de 1875 en Kentucky. Con una educación enfocada hacia la literatura, ambicionaba convertirse en un renombrado autor teatral (llegando a escribir una obra “The Fool and the Girl”, estrenada en Washington y Baltimore en 1907 sin demasiado éxito). Dice la leyenda que la primera vez que vio una película de cine dijo: “Cualquier hombre capaz de disfrutar con una cosa así debería ser fusilado al amanecer”. Se introdujo en el mundo del teatro como actor con el nombre de Lawrence Griffith, consiguiendo una cierta reputación.
Su entrada en el cine se produce en 1908 gracias a los estudios Biograph de Nueva York, donde entra como guionista, interviniendo también como actor en algunas películas. Su estancia en la Biograph es sin duda un período clave en el desarrollo del arte cinematográfico. La Biograph, al igual que otros estudios cinematográficos, se dedicaba a realizar películas de una bobina (10 minutos aproximadamente), que luego eran exhibidas en ferias o pequeños recintos cerrados (los llamados nickelodeon, debido a su aspecto de teatros y su módico precio, un níckel) a un público que no podía permitirse ir al teatro. La poca duración de estas películas y su bajo coste hacían posible producir un gran número de obras en un corto espacio de tiempo; tomando como pretexto la menor inspiración, el equipo improvisaba el argumento sobre la marcha. Esto es algo a lo que Griffith sacó un gran partido. Su primera película como director fue “Las Aventuras de Dorotea” en 1908, y es a partir de este momento que empieza a utilizar el nombre de David Wark Griffith por miedo a no poder volver a su trabajo como actor si aquello resultaba un fracaso.
Marcándose un ritmo de dos películas a la semana, Griffith rodó aproximadamente 500 títulos durante los años que estuvo en la Biograph (entre 1908-1913), utilizando estas obras como un método de experimentación para ir poco a poco alejando el cine del marco teatral que lo aprisionaba. Hay que tener en cuenta que cuando Griffith entró en el mundo del cine, el lenguaje cinematográfico era increíblemente simple, no existían los planos en movimiento, ni el primer plano, la imagen de la cámara era estática y la narración lineal, igual que el argumento. Griffith supo ver que, pese a su parentesco, el cine no era teatro, y que las cámaras permitían juegos imposibles en las tablas del escenario. En base a sus propias declaraciones, se atribuye normalmente a Griffith el empleo por primera vez de recursos narrativos tales como el primer plano y el travelling, el flashback (o switchback, como él lo denominaba), el fundido en negro, el empleo del objetivo en iris, el uso de rótulos explicativos, las acciones en paralelo, el empleo de la iluminación para crear atmósferas,... Existen estudios que afirman que algunos de estos trucos ya habían sido utilizados con anterioridad, sin embargo ninguno fue capaz de igualar el mérito de Griffith, que fue integrarlos de forma efectiva en la narración de la historia.
A medida que iba madurando su capacidad creativa, los proyectos se iban volviendo más y más ambiciosos. El entramado argumental de sus historias era cada vez más complejo, y pronto una bobina se volvió insuficiente para contener las intenciones del director. Es entonces cuando surgen los problemas con el estudio. Según los productores de la Biograph, el público no estaba preparado para soportar películas de una duración superior a la acostumbrada. Además, los nuevos proyectos excedían el coste de otras producciones. Estos problemas produjeron la marcha de Griffith; el director entendió que la libertad que había disfrutado hasta entonces para experimentar y crear había llegado a su límite justo en el momento en el que él se sentía capaz de abordar aquellos proyectos para los que tanto había estado trabajando. Su última película para la Biograph fue “Judith de Betulia” en 1913, sin duda la más importante de este período, y atrás quedaban títulos como “El Teléfono” (1909), “La Batalla” (1911), “La Matanza” (1912), “The Musketeers of Pig Alley” (1912) o “El Sombrero de Nueva York” (1912).
Griffith no se fue con las manos vacías. Durante su estancia en la Biograph, Griffith se había ganado los favores de varios artistas, quienes lo siguieron en su paso a la nueva productora, la Reliance-Majestic Company. Entre los operadores se encontraban nombres como los del director de fotografía Billy Bitzer o el montador James Smith, excelentes profesionales sin cuya colaboración los avances de Griffith no hubieran sido posibles. La lista de actores tampoco se quedaba atrás, nombres decisivos en estos inicios de siglo mantuvieron su fidelidad al que era su maestro y, en muchos casos, su descubridor. Es especialmente en el apartado de actrices donde encontramos los nombres más universales (Lillian Gish y su hermana Dorothy, Mae Marsh, Mary Pickford,..). Entre Abril y Julio de 1914, Griffith rodó cuatro películas: “La Batalla de los Sexos”, “La Evasión”, “Dulce Hogar” (donde por primera vez participaron juntos todos sus intérpretes) y “La Conciencia Vengadora” (basada en varias obras de Edgar Alan Poe). Para estas películas dispuso de la libertad que buscaba. El presupuesto era más holgado, permitiéndole repartos más amplios, y también la duración era mayor (entre cinco y siete bobinas). Sin embargo ninguna de estas producciones tuvo demasiado éxito; tal vez la Biograph tuviera razón y el público no estuviera preparado para obras tan largas.
TRASPASANDO LAS FRONTERAS DEL CINE
El 8 de Febrero de 1915, Griffith dio a luz al cine moderno estrenando “The Clansman”, más tarde retitulada como “El Nacimiento de una Nación”. Basada en la obra de Thomas Dixon, “The Clansman”, “El Nacimiento de una Nación” cubre un amplio espectro de la historia de los Estados Unidos, desde el inicio de la Guerra de Secesión hasta la reconstrucción del Sur, a través de la vida de dos familias, una del norte, la otra sureña. Nos encontramos ante una de las primeras superproducciones y una de las primeras películas épicas (influenciada por el “Quo Vadis” de Guazzoni que acababa de llegar a Norteamérica). Con esta película, Griffith consigue fijar las convenciones narrativas del cine, todos aquellos hallazgos dispersos que podíamos apreciar en su etapa en la Biograph se aúnan en una sola obra, alternando magníficos cuadros épicos con íntimas secuencias de potente sensibilidad. Es aquí donde Griffith consigue transformar la técnica en poesía y la imagen en sentimiento.
La película tuvo grandes problemas debido a su contenido, ya que la segunda mitad de la obra aborda la creación del Ku Klux Klan (the clansman, el hombre del clan, del título original), atribuyendo un valor heroico y justificador a las acciones de este grupo. Se ha querido justificar el mensaje de la cinta atribuyendo los prejuicios que en ella se expresan al libro de Thomas Dixon y no a Griffith, sin embargo, su contenido no deja de ser por eso reaccionario y tremendamente racista. El dilema está en si una cinta tan moralmente reprobable puede ser al mismo tiempo un clásico imperecedero del cine. Lo cierto es que está tan impecablemente realizada que, por momentos, consigue hacer olvidar los ideales del espectador en favor de la epicidad de la historia. El uso de personajes estereotipados (desde los educados y honorables blancos sureños hasta el bestialismo brutal del libidinoso hombre negro, pasando por la corrupción de los yankees) se ve reforzado por la enorme capacidad simbólica de la fotografía y la excelente interpretación de los actores (a destacar, como siempre, la dulce inocencia de Lillian Gish), y el mensaje racista se subordina a la heroicidad del clímax final. Sea como fuere, lo que sí es cierto es que “El Nacimiento de una Nación” es una de las películas más importantes de la historia del cine y un elemento fundamental en el desarrollo de esta forma artística y como tal debemos verla para apreciar su verdadero valor.
El éxito de “El Nacimiento de una Nación” rompió con todas las reticencias anteriores acerca de los límites del nuevo arte, Griffith se asoció con Thomas H. Ince y Mack Sennet y bajo el sello conjunto de Triangle empezó la elaboración de su siguiente película, “Intolerancia”. Con “Intolerancia” su ambición se desata y decide superar él mismo su anterior prodigio. Su nuevo proyecto ya no se restringiría a un sólo capítulo de la historia de una nación, sino que profundizaría en la “Lucha del Amor a través de los Tiempos” (siendo éste su título original) contra la intolerancia. Para ello Griffith contó con cuatro episodios que se desarrollaban en diferentes etapas de la civilización: la caída de Babilonia, la crucifixión de Cristo, la masacre de los Hugonotes en el día de San Bartolomé y la Norteamérica de principios del siglo XX. “Intolerancia” es la obra cumbre de su creador; sin embargo, tras su estreno no fue recibida como se merecía debido a su naturaleza, demasiado radical incluso para los tiempos actuales.
Las cuatro historias se desarrollan paralelamente, saltando de una a otra constantemente a un ritmo cada vez más rápido. Esto hacía que a los ojos del espectador de la época (para el que dos acciones alternativas ya era toda una innovación) la película se convirtiera en un laberinto gigantesco que, para colmo de males, se alargaba hasta lo indecible (la primera versión duraba alrededor de ocho horas, que luego fueron reducidas a tres horas y cuarenta minutos, aunque en la actualidad sólo se conserva una versión de apenas dos horas y media). La ambición llevó a Griffith a realizar la película más monumental de la historia del cine y como tal el mayor fracaso económico de su carrera. Las dimensiones de la película son gigantescas en todos los sentidos, no únicamente en cuanto a la complejidad del montaje y su larga duración, sino también en lo que se refiere a decorados, número de actores, lirismo,...
Para mostrar la antigua Babilonia mandó construir unos decorados de 70 metros de altura y 1.600 metros de profundidad, lujosamente adornados (precisamente, ya en nuestros días los hermanos Taviani rodaron una película, “Buenos Días, Babilonia”, en la que se reproducía el proceso de elaboración de los decorados de “Intolerancia”), y para el ataque a la ciudad se utilizaron 16.000 extras, consiguiendo un efecto de vertiginoso asombro en el espectador (y es que ni siquiera películas más actuales como “Cleopatra” han conseguido superar la espectacularidad de esa colosal construcción que es la Babilonia de Griffith). Si ya en “El Nacimiento de una Nación” conseguía proporcionar a la imagen de un gran simbolismo (un primer plano del rostro de Lillian Gish con un puño cerrado a su lado en señal de amenaza, el pájaro enjaulado,...), con “Intolerancia” Griffith hace que sea la historia la que se subordine a la imagen, potenciando su valor expresivo como pocas películas de la época muda en Hollywood.
DE LA ÉPICA A LA INTIMIDAD. DECLIVE
Tras el fracaso de “Intolerancia”, Griffith se vio obligado a aceptar la realización de una película de propaganda anti-germánica, “Corazones del Mundo” (1917). Habiéndose disuelto la Triangle, y tras trabajar al servicio de la Paramount y la First National, Griffith fundó junto con Mary Pickford, Douglas Fairbanks y Charlie Chaplin la United Artists con la intención de proteger y promover los intereses de los artistas frente a los financieros. Durante este período realizó sus dos últimas obras maestras, “Lirios Rotos” (1919) (también conocida como “La Culpa Ajena”) y “Las Dos Tormentas” (1920). “Lirios Rotos” es una obra intimista, alejada de la exuberancia de los anteriores títulos, que alcanza un extraordinario grado de trágica emotividad (la mera imagen de la sonrisa rota de Lillian Gish es suficiente para hacernos comprender la capacidad de esta gran actriz y el alma poética que movía a Griffith). La película nos cuenta la historia de un amor interracial entre una joven de los bajos fondos londinenses, maltratada por su padre, y un tímido inmigrante chino que sufre el desprecio de una cultura que le es ajena.
“Las Dos Tormentas” es la última película en la que el saberhacer de Griffith alcanza cuotas de maestría, especialmente en esa secuencia final en la que la protagonista (nuevamente Lillian Gish) está al borde del suicidio y es rescatada por el héroe. Aquí todos los elementos que convirtieron a Griffith en leyenda se aúnan en un magnífico clímax final. El suspense, la destreza en la narración, la magnífica interpretación de los actores y la habilidad del director a la hora de potenciar la lírica de las imágenes convierten a esta película en una obra antológica.
Después de 1921, sin embargo, la capacidad creativa de Griffith decae, iniciando una caída imparable que acabaría con la hasta entonces exitosa vida de este genio creador, llevándolo a morir en la miseria. Para muchos, tras trece años de continuo desarrollo, el cine dio la espalda a su progenitor, negándole el más mínimo reconocimiento. Lo cierto es que el espíritu artístico que encontrábamos en todas sus obras no volvió a repetirse en ninguna de sus películas posteriores. Ni “Las Dos Hermanas” (1921), ni “Sally, la Hija del Circo” (1925), ni ningún otro de los títulos que siguió rodando durante diez años consiguió recuperar el vigor lírico anterior, cayendo con demasiada frecuencia en el melodrama sensiblero. El golpe final a la carrera de Griffith lo asestó el cine sonoro. Aunque recibió el Oscar al mejor director por su primera película sonora, “Abraham Lincoln” (1930), la segunda y última, “The Struggle” (1931), fue un total fracaso, y ninguna de las dos consiguió reflejar la grandeza que llegó a ostentar y que posteriormente le ha sido reconocida. En sus últimos 17 años de vida vio como la industria que él había creado le rechazaba y como el público le olvidaba. Murió el 28 de Julio de 1948.