1. INTRODUCCIÓN
Cosas del verano, han coincidido en pantalla dos títulos protagonizados por sendos grupos de mercenarios que nos retrotraen a la década de los 80 de manera directa. Por un lado, “El Equipo A”, dirigida por Joe Carnahan (“Narc”, “Ases Calientes”), adaptación de la famosa serie de televisión, emitida entre 1983 y 1987 y protagonizada por George Peppard, Dirk Benedict, Dwight Schultz y Mr. T. Por otro, el nuevo trabajo delante y detrás de la cámara de Sylvester Stallone después del éxito de la cuarta parte de Rambo, “Los Mercenarios” (anodina traducción del título original, “The Expendables”, más acorde con la filosofía de su creador y que nos recuerda aquella clásica escena de “Rambo. Acorralado parte II” en la que el héroe se sinceraba con su partenaire, Co Bao) y para la que ha convocado a nuevas y viejas glorias del cine de acción.
2. AQUELLOS MARAVILLOSOS 80s
Para ponernos en situación, tenemos primero que hacer un pequeño viaje en el tiempo a la Norteamérica de los años 80, marcada principalmente por la presidencia de Ronald Reagan, en la que se promulgaron los valores más conservadores de la sociedad, severas medidas económicas y la importancia del intervencionismo del país en causas extranjeras (especialmente Latinoamérica y Oriente Medio) en una lucha contra el narcotráfico, la expansión del comunismo y por el control del petrodólar.
“El Equipo A” marcó una época en la televisión estadounidense y sus protagonistas se convirtieron en referentes de un tipo de entretenimiento que apostaba por un sentido de la acción naif y saludable, donde los malos siempre salían mal parados, los honestos eran recompensados y los buenos nunca mataban a nadie. Nuestros héroes tenían un alto sentido del honor, y si bien vendían sus servicios, sólo aceptaban aquellos trabajos en los que podían ayudar a la comunidad y azotar a indeseables, egoístas, codiciosos y estafadores que se aprovechaban de la indefensión de sus víctimas. A lo largo de cinco temporadas, la serie acuñó algunos elementos para la posteridad: aquella introducción que abría cada episodio (“En 1972, un comando compuesto por cuatro de los mejores hombres del ejército americano…”), la sintonía de creada por Pete Carpenter y Mike Post, la furgoneta GMC Van negra y roja de M.A., el latiguillo de Hannibal (“me encanta que los planes salgan bien”) y sus puros, las huidas imposibles de Murddock del psiquiátrico o las indispensables escenas de los jeep volando por los aires y dando una vuelta de campana.
Por su parte, éste resultó también el periodo de reinado de los actioners, con Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger a la cabeza. La conjunción de personajes como Rocky (“Rocky III” y “Rocky IV”), Cobra y, especialmente, Rambo (el de las secuelas, no el de “Acorralado”, ése era otro), convirtieron a Stallone en el modelo representativo en el cine de la era Reagan (Schwarzenegger se beneficiaría más de la legislatura de George Bush Sr.). Sus personajes se sacrificaban por una sociedad que no les aceptaba, encarnando un concepto de la violencia, la justicia y la venganza que estaba vetado para el resto de los mortales. Lo suyo no eran las arengas ni los discursos, pero cuando hablaban sabían ser contundentes con pocas palabras. Su principal virtud era entrar en la boca del lobo, desatar el infierno y salir caminando dejando sólo fuego y destrucción a sus espaldas. Esto les convertía en unos solitarios, pero con un cierto halo romántico, ya que cada triunfo iba acompañado de un sacrificio (un compañero, el amor o una parte de su alma).
3. HERVIDERO DE TESTOSTERONA
Para estas dos actualizaciones del siglo XXI, estaba claro que uno de los puntos principales era mantenerse fieles a los personajes, más que al concepto de acción en si mismo. Es en ellos donde realmente anida el espíritu de la época.
En “El Equipo A” se ha querido juntar un sólido grupo de actores que den nueva entidad a los personajes clásicos, sin perder de vista el toque nostálgico de las encarnaciones originales. Liam Neeson supone un inmejorable Hannibal Smith (previamente se tantearon otros nombres como Mel Gibson o Bruce Willis), con su sola presencia mantiene el liderazgo del grupo (no sólo como personaje, sino también como actor, es claramente la estrella de mayor prestigio del reparto y un referente profesional para sus compañeros) y le da al coronel un tono lúdico, pero al mismo tiempo serio. Bradley Cooper despliega todo su encanto para interpretar el papel de Fénix, así como cierto aire chulesco y provocador, aunque perdiendo por el camino el porte distinguido y diplomático de Dirk Benedict. Si Neeson es el actor de prestigio, Cooper, tras su éxito con “Resacón en Las Vegas”, pasa a ser el gancho comercial, el rostro de moda para atraer a los espectadores más jóvenes y, de paso, el enlace con el público femenino.
La búsqueda del nuevo M.A. Barracus fue complicada. Tras barajarse nombres de raperos como Ice Cube, Common o The Game, el papel cayó en manos del profesional de lucha libre americana Quinton 'Rampage' Jackson, quien supo amoldarse físicamente al papel (cresta incluida) y reproduce la mala uva y la contundencia de Mr T., aunque de los cuatro es al que se le nota más verde en su interpretación y no cuenta con el carisma que sí poseía su antecesor. Por último, tenemos a Shalto Copley, un actor sudafricano, quien gracias a su papel en “District 9” supo imponerse a otros nombres más conocidos, como Woody Harrelson o Ryan Reynolds. Al igual que en la serie, el papel de Murdock es el más secundario del equipo, aunque también como Dwight Schultz, Copley sabe aprovechar la libertad que aporta el personaje para salirse por la tangente y eclipsar a sus compañeros cada vez que entra en pantalla. Al final de todos demuestra ser el más idóneo para interpretar su papel. Al fin y al cabo, Neeson está por encima de Hannibal, Bradley ajusta a Fénix a sus características, Rampage no llega, pero de Copley podemos afirmar sin rubor que ES Murdock.
En el caso de “Los Mercenarios” no partimos de personajes conocidos por el público con anterioridad, pero sí de un patrón perfectamente identificable. El líder del grupo, Barney Ross, al igual que John Rambo, es un guerrero idealista desencantado con su país, convirtiéndose así en un desterrado, alguien que, ante la pérdida de valores que le rodea, lucha por dinero hasta que encuentre una causa con la que poder redimirse y recuperar su honor. Después de un periodo de pérdida de popularidad y proyectos poco rentables, Stallone sabe que el éxito de “Rocky Balboa” y “John Rambo” le ha otorgado un último balón de oxígeno a su carrera, echando toda la carne en el asador en las escenas de acción, dispuesto a emplear estos últimos cartuchos para cerrar su filmografía con un broche final que esté al mismo nivel que su etapa de mayor esplendor.
Evidentemente, aquí Ross es el protagonista principal de la historia, sin embargo, Stallone ha querido rodearse de un grupo de artistas de diferentes categorías (no todos actores, sino también expertos en lucha libre americana o artes marciales mixtas) para dar forma a su grupo de indómitos mercenarios. El segundo de a bordo del grupo es el experto en cuchillos Lee Christmas (aquí tenemos otro elemento clave de este tipo de cine de acción, nombres sencillos, llamativos y retentivos, de forma que, ante la falta de un mayor desarrollo psicológico del personaje, rápidamente lo podamos identificar por un apelativo o unos rasgos físicos determinados), al que da vida Jason Statham, quien también aproxima su personaje a las características de uno de los personajes clave de su filmografía , el Frank Martin de “Transporter” (en ambos casos tenemos a un exmilitar, quien bajo su apariencia de bruto, esconde un hondo sentido de la disciplina, la lealtad y, una vez más, el honor). Dentro de este interés de Stallone por reunir a la vieja y la nueva guardia, Statham viene a representar uno de los más asentados nuevos valores del cine de acción. Cierto que no cuenta con el caché que sí tuvieron en su momento los principales actioners de los 80, pero al trabajar a tres bandas entre Hollywood, Francia y Gran Bretaña, ha sabido hacerse un hueco en diferentes cinematografías y, por extensión, en diferentes sectores geográficos de espectadores.
Le sigue de cerca Jet Li, experto en artes marciales, una de las principales estrellas del cine chino y que, curiosamente, ha compartido pantalla con Statham en más de una ocasión (“El único”, “El Asesino”). La participación de Li en la cinta es posiblemente la más discutible, no por el actor en sí, sino por lo desaprovechado que está. Su personaje recibe el poco lucido nombre de Ying Yang y casi desde el principio pasa a ocupar el puesto de alivio cómico en la cinta (siempre se está quejando, pidiendo más dinero y sus compañeros se meten con él por su baja estatura). Tiene pocos momentos de lucimiento en pantalla y en ellos no se aprovecha todo su potencial a pesar de contar para sí con la colaboración del experto coreógrafo Corey Yuen. La conclusión que sacamos es que para Stallone la rapidez, agilidad y flexibilidad de Li no se pueden comparar con la pétrea corpulencia de sus compañeros de reparto.
El grupo se cierra con los actores Randy Couture y Terry Crews, el primero famoso campeón de los campeonatos de artes marciales mixtas y el segundo, un antiguo jugador de fútbol americano, ambos reconvertidos ahora en actores en cintas de acción y comedias donde explotan sus características físicas. Sus personajes quedan relegados principalmente para los momentos de acción (con algún momento cómico aislado para que el público pueda empatizar con ellos). Pese a ello, Stallone se las apaña para que (sobre todo en el clímax final) jueguen un papel crucial en la acción y los espectadores se preocupen por su supervivencia.
Aparte del quinteto protagonista, Sylvester Stallone ha convocado en la película a algunos de sus viejos amigos. De ellos, el que cuenta con más relevancia en la historia es Dolph Lungren, actor sueco que se diera a conocer precisamente con su papel de Iván Drako en “Rocky IV”, gozando de cierta fama en la segunda mitad de los 80, para caer a las ligas del cine de acción de serie B en los 90. En “Los Mercenarios” recupera su vieja contienda con Stallone, interpretando a un antiguo integrante del grupo, receloso por haber sido dejado de lado. Recuperado gracias a su papel en “El Luchador”, Mickey Rourke interpreta un estrafalario personaje, antiguo compañero de Barney Ross y encargado de asignar nuevas misiones al equipo. Rourke aceptó el papel en gratitud a Stallone, quien le dio trabajo cuando estaba completamente arruinado. Su participación no es demasiado extensa, pero la personalidad del actor le da una mayor dimensión (de hecho, da la impresión de que improvisa muchos de sus diálogos los sobre la marcha), compartiendo algunas entrañables escenas con el protagonista.
Por último tenemos el momento “Planet Hollywood”, donde por primera vez se reúnen en pantalla los tres grandes nombres de los 80: Sylvester Stallone, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger. Es cierto que se trata de una escena absurda, completamente gratuita y que se basa más en los chistes privados que se intercambian las tres estrellas que en una verdadera necesidad argumental, sin embargo, es sin duda uno de los momentos cumbre de la película, dirigida únicamente para obtener la complicidad de la audiencia y regalarles una escena para la posteridad.
4. PLAN A, PLAN B
No lo neguemos. Realmente en este tipo de películas el argumento muchas veces es lo de menos, una mera excusa para el desarrollo de la acción. En el caso de “El Equipo A” podemos decir también que las historias de la serie original tampoco eran especialmente elaboradas y, por regla general, se basaba en una fórmula repetida hasta la saciedad, simplemente cambiando los participantes y la excusa argumental básica (de hecho parte del encanto para el espectador suponía el carácter previsible del guión de acuerdo a esa fórmula ya conocida). Para la adaptación cinematográfica se ha empleado la estrategia de la precuela, dando a conocer los orígenes del equipo, cómo se conocieron y cómo fueron traicionados, convirtiéndose en unos proscritos. De esta manera se “explican” algunas características de los personajes (como la fobia de M.A. a los aviones y su tirria a Murdock) o se “justifican” elementos heredados de la serie (como que un grupo de soldados mercenarios nunca mate a nadie o, en el caso de la película, intenten producir las más mínimas bajas posibles).
Si bien se procura que cada uno de los personajes tenga su propia subtrama dentro del guión, de manera que el protagonismo se distribuya lo más equitativamente posible, un dato curioso es que la acción está centrada principalmente en la figura de Fénix (en cierta forma es debido a él que M.A. y Murdock se unen al equipo, es él quien mantiene la relación amor-odio con el personaje de Jessica Biel y, en última instancia es él quien idea el plan final, en detrimento del estratega del grupo, Hannibal). Aquí evidentemente, más que una cuestión de guión podemos apreciar una decisión de los productores para sacar más provecho del actor de mayor gancho comercial del reparto.
En el caso de “Los Mercenarios” podemos ver una trama deliberadamente anacrónica. No es sólo que los personajes respondan a patrones propios de hace 25 años, es que esa idea de enviar un pequeño grupo de soldados a una república bananera a especificar, gobernada por un general con ínfulas de dictador, para devolver la libertad a un reducido grupo de lugareños, honrados, pero indefensos ante los abusos de la autoridad es, como indicábamos antes, pura propaganda intervencionista Reagan (aunque, desde un punto de vista puramente cinematográfico, también podemos encontrar concomitancias con “Los Siete Samuráis”/“Los Siete Magníficos”).
Por otro lado, se vuelve a repetir el patrón romántico/platónico de las películas de Stallone. Al igual que hiciera Rambo en su última aventura con la hermosa misionaria interpretada por Julie Benz, Barney Cross arriesgará su vida para salvar a la rebelde hija del general (quien, a su vez, es una mujer de armas tomar que se gana el respecto del viejo soldado, como sucediera con Co Bao en “Rambo. Acorralado Parte II”). Parte de esa misma filosofía amorosa del cine de Stallone es apreciable también en la relación de Christmas (distante, reservado, pero protector) con Lacy (Charisma Carpenter).
5. VILLANOS DE OPERETA
Se suele decir que una película de acción es tan buena como lo sea su villano. Si esto es así, “El Equipo A” no tiene nada que hacer. Es cierto que tenemos dos villanos diferentes (por un lado, Lynch [Patrick Wilson], el corrupto agente de la CIA, y por otro, Pike [Brian Bloom, quien también hace su debut como guionista] y sus hombres, soldados violentos y avariciosos), sin embargo, su presencia en la película es meramente testimonial, ya que toda la acción se centra tanto en los cuatro protagonistas y éstos atraen tanto la atención del espectador, que la película prácticamente funciona sola con ellos, sirviendo los villanos de mera excusa para establecer el conflicto que genere la acción. El guión procura dar algunos giros, ofrecer alguna sorpresa al espectador, sin embargo, por un lado estos nudos de trama son demasiado evidentes, y por otro, al espectador le dan lo mismo, ya que en el mejor de los casos está demasiado entretenido viendo a sus héroes en pantalla como para importarles el devenir de la trama (en el peor de los casos, hace ya tiempo que están mirando la hora en el reloj).
En el caso de “Los Mercenarios” la situación mejora ligeramente. Sus villanos son extremadamente estereotipados pero se les aporta una cierta presencia a través de su indumentaria y la labor de los actores, de manera que no resultan tan insulsos y carentes de personalidad como los de “El Equipo A”. Sin duda, Eric Roberts, como el ex agente de la CIA James Munroe, no es ese gran actor menospreciado de su generación a recuperar que proclamaba Mikey Rourke cuando le entregaron el Globo de Oro por “El Luchador”, pero gracias a su participación en las dos cintas de Batman de Christopher Nolan y a esta colaboración en “Los Mercenarios”, bien puede gozar de un pequeño revival en su alicaída carrera.
En la película tiene presencia y su mirada resulta amenazadora. Por su parte David Zayas da una cierta dualidad y humanidad a su personaje en lo referente a su relación con su hija, nada especialmente relevante, pero sí lo suficiente como para no quedar en una mera caricatura. Junto a Roberts encontramos a otro nombre surgido del campo de la lucha libre americana, Steve Austin, quien interpreta al secuaz Paine, una mole aparentemente indestructible y que representa el complemento violento del más cerebral Munroe. Su momento de lucimiento llega en la parte final, donde primero tiene un enfrentamiento con Sylvester Stallone y, a continuación, se las ve con Randy Couture.
6. “ME ENCANTA QUE LOS PLANES SALGAN BIEN”
Y llegamos al apartado realmente relevante en este tipo de películas, la plasmación de la acción en pantalla. A este respecto podemos apreciar dos tendencias divergentes en las cintas que aquí nos ocupan.
Sin caer en casos extremos como los presentados por McG en las dos películas de “Los Ángeles de Charlie”, “El Equipo A” prefiere optar por un tipo de escenas de acción de corte rocambolesco y exagerado, solicitando del espectador un alto grado de suspensión de incredulidad. En su puesta en escena, Joe Carnahan busca más la pirotecnia visual que atenerse a unos parámetros realistas. De hecho esa apuesta por la exageración y el querer rizar el rizo forma parte del tono cómico y casi guiñolesco de la película, alcanzando sus mayores cotas en la muy comentada secuencia del tanque volador. Este momento es toda una declaración de intenciones por parte del director. Aquellos espectadores que entren en el juego y acepten estas reglas donde las leyes de la física y la gravedad brillan en su ausencia podrán disfrutar mejor de estas nuevas aventuras del Equipo A, dejándose llevar por la comicidad y la despreocupación con la que se trabajan las escenas de acción.
En esto juega un papel fundamental los efectos especiales, especialmente el uso de la tecnología infográfica, que permite dar una plasticidad y una maleabilidad a los componentes físicos de la acción que la adentran en el terreno del cartoon. A esto hay que sumar también un montaje acelerado y entrecortado (siguiendo la moda actual promovida por realizadores como Michael Bay), donde lo fundamental pasa a ser el ritmo de las secuencias, de manera que el público se ve inmerso de un campo de batalla, sin dejarle demasiado tiempo para reflexionar, sino simplemente dejarse arrastrar por la acción.
Por su parte, Stallone, fiel a la filosofía de su película, prefiere un enfoque de la acción más propio de los años 80. Su preocupación no va enfocada tanto hacia la plasticidad visual de la secuencia, sino a la fisicidad pura y dura de los personajes. Como ya hiciera en su título anterior, “John Rambo”, su punto de partida es ofrecer un espectáculo violento en toda su autenticidad, partiendo de la realización física de las escenas de riesgo por parte de los propios actores (el casting estuvo ideado para que los actores, incluso los más secundarios, resultaran verosímiles en estas escenas y el propio Stallone ha comentado que ésta ha sido la película que más le ha exigido físicamente de toda su carrera), evitando durante gran parte del metraje los trucajes digitales y cuidado detalles como que, dependiendo del calibre del arma utilizada, el efecto de los disparos van desde producir una pequeña herida hasta literalmente reventar el cuerpo del enemigo (aunque si caer tanto en la línea abiertamente gore de “John Rambo”).
Esto no quita para que ese realismo no se dramatice y exagere, de la misma manera que la curva de violencia de las escenas ofrece un sentido ascendente a lo largo de la película, para cerrar con un clímax atronador, donde ya la verosimilitud abandona la función para ceder el testigo a un verdadero despliegue de caos y destrucción. Esta concepción anacrónica de la acción, sin embargo, se acoge a un montaje más moderno (de nuevo ese uso de una edición basada en planos cortos y rápidos, cuya función principal es dar ritmo a la acción aunque ello pueda suponer una pérdida de detalle e incluso cierta confusión en las imágenes). En cualquier caso, sin llegar a casos modélicos como el ofrecido en la trilogía de Jason Bourne, el montaje cumple su cometido y da a la cinta un ritmo más cercano a las nuevas generaciones de espectadores. Donde realmente podemos apreciar que Stallone es un cineasta de tiempos pretéritos es en la introducción de efectos digitales. Si bien la acción física luce espléndida en la cinta, la introducción de los elementos infográficos resulta muy deficiente, especialmente en el clímax final, donde el CGI y las trasparencias digitales resultan muy pobres y evidentes.
7. STARS AND STRIPES FOREVER
Regresamos de nuevo a los modelos de los que parten ambas películas para referirnos al apartado musical. Las cinco temporadas de la serie original de “El Equipo A” contaban con música compuesta por Pete Carpenter y Mike Post, veteranos artistas televisivos, responsables también de “El Gran Héroe Americano”, “Magnum”, “Canción Triste de Hill Street” o “La Ley de los Angeles” (estas dos últimas con Post en solitario). De su trabajo destacaba principalmente la sintonía principal, el tema de “El Equipo A”, en el que de manera sencilla pero pegadiza se reflejaba a la perfección la filosofía el show: entretenimiento ligero, con acción y comedia. Para el resto de la música, el estilo de Carpenter y Post optaba más por componentes de rock’n’roll, mezclados con el uso de sintetizadores (que ya en esa época empezaban a sustituir a la orquesta como opción económica para la música de televisión).
El responsable de la partitura para la versión cinematográfica es un viejo veterano también de la década de los 80, Alan Silvestri (“Regreso al Futuro”, “Depredador”, “El Regreso de la Momia”, “G.I. Joe”), quien, dado que se trata de una precuela de las aventuras del grupo, opta por prescindir del tema principal de la serie (sólo lo podemos escuchar de manera breve en la introducción de la película y ya plenamente desarrollado en la parte final). Su partitura opta más por ofrecer un gran despliegue orquestal, acompañado también por algo de música electrónica, suponiendo un nuevo ejemplo de la capacidad de este músico para las grandes masas orquestales en lo que a música de acción se refiere. No existe ningún tema retentivo que identifiquemos con los personajes (salvo esos guiños que hemos comentado a la sintonía original), predominando un estilo de composición frenética y con cierto aire marcial a través de la percusión y el uso de las trompetas. Desgraciadamente, si bien la música acompaña y enfatiza muy bien la acción, también se trata de una partitura reiterativa y carente de inspiración.
En la carrera de Sylvester Stallone hay dos compositores que han ayudado a cimentar la fama del actor. El primero fue Bill Conti, autor de la partitura de “Rocky” y la mayor parte de sus secuelas (además de otros títulos protagonizados por el actor, como “La Cocina del Infierno”, “F.I.S.T.”, “Evasión o Victoria”, “Encerrado” o “El Protector”). El segundo fue Jerry Goldsmith, quien definió la música del cine de acción de los 80 con sus extraordinarias composiciones para las tres primeras aventuras de Rambo. El fallecimiento de Goldsmith en 2004 impidió un reencuentro de los dos artistas en “John Rambo”, recayendo la responsabilidad de continuar con el legado en manos de Brian Tyler, un joven compositor, discípulo de Goldsmith (precisamente obtuvo su primera oportunidad en una superproducción de Hollywood reemplazándole cuando la partitura del maestro para “Timeline” fue rechazada). En “John Rambo”, Tyler hizo un esfuerzo mimético por recuperar el estilo de Goldsmith, aunque careciendo de la personalidad de aquel, sin embargo, Stallone debió de quedado contento, ya que le volvería a convocar para “Los Mercenarios”.
En esta segunda colaboración, Tyler se ha mantenido en los mismos parámetros, realizando una partitura frenética, sustentada en el desarrollo melódico de los momentos de acción y un gran peso orquestal, con ecos del propio Goldsmtih (de hecho, en varias ocasiones podemos oír guiños a la música de Rambo). Otro referente identificable en esta partitura es el trabajo realizado por John Powell para la trilogía de Jason Bourne, seguramente por influencia de la música temporal empleada por Stallone durante la postproducción de la película antes de la integración de la partitura definitiva.
Una vez más Tyler intenta disimular la falta de personalidad de su música con una composición atronadora y de ritmo imparable (los únicos momentos de descanso de la acción están destinados a los temas de amor, el destinado a Sandra, de ineludibles toques latinos, y el de Lacy, una balada rock, con guitarra eléctrica solista, para mantener el toque macarra del personaje de Lee Christmas incluso en sus escenas románticas). A favor de Tyler hay que decir que, si bien su trabajo no tendrá mayor trascendencia, si resulta muy efectiva con las imágenes y más lograda que su pastiche para “John Rambo”, por no mencionar la línea de partituras meramente alimenticias, de usar y tirar, que dominan su filmografía (“Aliens vs. Predator – Requiem”, “La Conspiración del Pánico”, "Dragonball Evolution", “Un Ciudadano Ejemplar”).
8. CONCLUSIÓN
Tanto “El Equipo A” como “Los Mercenarios” son claramente dos productos de temporada, ideados para aportar al espectador un entretenimiento estival repleto de acción, testosterona y explosiones y, en ese sentido, no podemos negar que dan al público aquello que les prometían, ni más, ni menos. Sin embargo, la cinta de Joe Carnahan no duda en hacer toda concesión que sea necesaria para intentar abarcar un mayor grupo de espectadores, dando como resultado una cinta sin personalidad, que, salvo en el tratamiento particular del cuarteto protagonista, en poco se diferencia de cualquier producción de acción al uso actual. Al contrario que “Los Mercenarios”, donde Stallone se arriesga a recuperar una concepción del género claramente anacrónica con la industria actual, dejando en manos del espectador la prerrogativa de dejarse llevar por su componente nostálgico y disfrutar con una cinta de acción “a la antigua usanza”.