1. INTRODUCCIÓN
Estrechamente vinculados el uno con el otro desde sus orígenes, los vampiros y los hombres lobo han marcado algunas de las ansias y los temores más ancestrales del ser humano. Desde tiempos inmemoriales, el vampiro ha estado presente en los mitos y leyendas de muchos pueblos y regiones. Según la definición clásica, el vampiro es la fusión del cadáver de una persona fallecida con el espíritu de un demonio que le insufla vida para poder atormentar a los vivos, alimentándose de su sangre. De esta manera, la sangre, considerada el lugar donde reside la vida, asume el valor sagrado de prolongación de la existencia por toda la eternidad. El término “vampiro” fue acuñado en la primera mitad del siglo XVIII, sin embargo, esto no quiere decir que estos seres no existieran en la cultura con anterioridad. Ya desde la tradición grecolatina podemos encontrar ejemplos de monstruos, creencias, rituales y prácticas ceremoniales que perfectamente podrían entenderse como versiones primigenias de los vampiros, y dentro de la tradición hebrea encontramos la figura de Lilith, la primera mujer de Adán, quien representa también uno de los primeros arquetipos del vampiro.
En cualquier caso, el personaje del vampiro surgió oficialmente en la literatura, gracias a la obra de escritores como, por ejemplo, el doctor John William Polidori (que en 1816 escribió “El Vampiro”, donde surgió la identificación de la figura del “no muerto” con una imagen aristócrata, altiva y cruel) o Sheridan Le Fanu (quien en 1872 presentó “Carmilla”, donde ya encontrábamos a un vampiro femenino con connotaciones lésbicas). De todos modos, como es bien sabido, la novela definitiva sobre el mito del vampiro llegó en 1897 de manos de Bram Stoker y su “Drácula”, que ha servido de inspiración a toda la literatura posterior y al cine. Entre los cientos de películas sobre vampiros que podemos encontrar en la filmografía mundial, Drácula es el personaje más retratado, pero siempre en constante evolución y con distintas características.
Por otra parte, en lo que se refiere al hombre lobo, el ser humano siempre ha presumido de su superioridad intelectual con respecto al resto del mundo natural, y uno de sus principales temores es perder esta posición privilegiada con una regresión a un estado animal o pre-evolutivo. La imposibilidad de controlar nuestras acciones y actuar llevados por nuestros instintos nos aterra, de ahí que en todas las culturas encontremos ejemplos de historias de personas transformadas en animales, principalmente en especies vinculadas con la muerte. Aunque no ha tenido esa tradición literaria que sí ha desarrollado el mito del vampiro, en el cine el hombre lobo ha sido una figura recurrente, y en ocasiones compartiendo ambas criaturas la pantalla en lo que ya se ha establecido como un enfrentamiento milenario.
2. PRIMERAS VERSIONES CINEMATOGRÁFICAS
Una de las primeras representaciones del vampiro en el cine fue una camuflada adaptación de la novela de Stoker, “Nosferatu”, dirigida en 1922 por Friederich Murnau. El director alemán intentó disimular el origen de su historia cambiando algunos nombres y elementos, pero tuvo que enfrentarse a la demanda legal de la viuda de Stoker y la película corrió el peligro de desaparecer después de que el juez sentenciara que se destruyeran todas las copias. La presentación que hace Murnau del vampiro difiere mucho de la de Stoker, y lo muestra como un ser repulsivo, gracias sobre todo a sus negras y profundas ojeras, su ganchuda nariz, sus largos y afilados incisivos y sus uñas curvadas que parecían enormes garras.
Casi 10 años más tarde, la creación de Stoker llegó a la gran pantalla de manera oficial con el “Drácula” de Todd Browning de 1931. Aunque curiosamente, esta primera adaptación no partía de la novela original sino de la posterior dramatización llevada a cabo por Hamilton Deane ese mismo año. El actor escogido fue Bela Lugosi, quien aportó al personaje su ya tradicional porte aristocrático. El éxito de esta película fue uno de los desencadenantes de uno de los periodos de mayor productividad en el género, con multitud de películas de terror producidas por la Universal, entre las que encontramos varios títulos sobre el famoso conde y otros vampiros, como “La Mansión de Drácula”, o “La Zíngara y los Monstruos”.
Mientras, en Europa, el prestigioso director Carl Theodor Dreyer llevó a cabo en 1932 una impresionante adaptación libre de varios relatos de De Fanu (entre ellos “Carmilla”) titulada “Vampyr”. Esta cinta de Dreyer es un título fundamental de la historia del cine, en el que destaca la ambientación onírica y fantasmagórica del relato, especialmente en una de las secuencias más recordadas de la película en la que el protagonista sueña que está encerrado en un ataúd.
Durante el periodo del cine mudo el licántropo contó con algunas encarnaciones en celuloide, pero sería a partir de la llegada del sonoro que empezamos a encontrar los primeros ejemplos realmente significativos. Precisamente, la primera aparición del Conde Drácula en la gran pantalla de la manos de los estudios Universal, abrió la cripta de los monstruos. Por regla general, se establece como la primera representante de la licantropía en el cine a “El Lobo Humano”, dirigida por Stuart Walker en 1935, con Henry Hull como protagonista, y con maquillaje del excelente Jack Pierce, quien por aquel entonces ya había moldeado las apariencias de Dracula, la criatura de Frankenstein o la Momia. La película presentaba la historia del Dr. Wilfred Glendon, quien en su búsqueda de una misteriosa planta que únicamente florece en el Tíbet bajo la influencia de la Luna es mordido por un lobo que le transmite la maldición.
No plenamente satisfecho con los resultados de este primer acercamiento, el estudio dejó aparcado el personaje hasta 1941, año en que se estrenó “El Hombre Lobo”, esta vez dirigida por George Waggner y con Lon Chaney Jr en el papel de Lawrence Talbot. Chaney era el hijo del famoso hombre de las mil caras, uno de los primeros mitos del cine de terror, sin embargo no había heredado el talento de su padre. Tras más de una década intentando encontrar su hueco en la industria, el papel del Hombre Lobo se convirtió en su pasaporte a la fama, encarnándolo a lo largo de la década de los 40 en otras cuatro ocasiones (“Frankenstein y el Hombre Lobo”, “La Zíngara y los Monstruos”, “La Mansión de Dracula” y “Abbott y Costello contra los Fantasmas”). En lo referente al maquillaje, la Universal volvió a recurrir a Jack Pierce, quien en esta ocasión apostó por una representación más velluda de la bestia, acorde a la representación más salvaje que se hacía de ella. A día de hoy y a pesar a las múltiples versiones que se han producido posteriormente de este personaje, la imagen de Chaney maquillado por Pierce sigue manteniéndose como la más icónica de todas.
3. Años 50 y 60
En la década de los 50 se produce ya un cansancio de los monstruos clásicos debido a la sobreexplotación llevada a cabo por Universal de estos personajes, sin embargo estos encontrarán nuevas encarnaciones para seguir poblando las pantallas de los cines.
Dentro del campo del vampirismo hay que destacar la aparición de una aspirante a actriz llamada Maila Nurmi, más conocida por su nombre artístico, Vampira. Vampira se hizo famosa presentando un programa de televisión sobre cine de terror, y en 1956 fue uno de los rostros de la infame “Plan 9 del Espacio Exterior”. Para crear a su personaje, Nurmi se inspiró en el personaje de Morticia Addams, un popular personaje imaginado en los años 30 por el dibujante Charles Addams para el New Yorker dentro de su antológica serie de viñetas de humor macabro, “La Familia Addams”.
Curiosamente, años más tarde, Nurmi acusó a otra actriz, Cassandra Peterson, por plagiar su imagen a la hora de crear a Elvira, Reina de la Oscuridad, cuando realmente ambas habían bebido de los mismos cánones estéticos (las representaciones de las vampiresas en general y de la figura de Morticia Addams en particular). Por su parte, las viñetas de Charles Addams tuvieron vida posterior en cine y televisión, destacando la serie de los años 60, con Carolyn Jones interpretando a Morticia, y las adaptaciones cinematográficas de los años 90, donde este papel cayó en manos de Angelica Huston.
En 1957, la figura del licántropo se apartó también de su hálito clásico y post romántico para entroncar con la cultura juvenil, gracias a la película “Yo Fui un Hombre Lobo Adolescente”. Un joven Michael Landon protagonizó esta cinta un par de años antes de saltar a la fama con la serie de televisión “Bonanza” (posteriormente llegarían otras series como “La Casa de la Pradera” y “Autopista hacia el Cielo”). La película tomaba como punto de partida la preocupación por el carácter rebelde de los adolescentes de finales de los 50, para después desviarse por el camino de los científicos locos. En esta ocasión la maldición no era transmitida por los dientes de otro hombre lobo, sino por una sesión de hipnosis regresiva que llevaba al protagonista a un estado evolutivo anterior. La cinta tuvo bastante éxito e inspiró otras variantes, como “Yo Fui un Cavernícola Adolescente” o “Yo Fui un Frankenstein Adolescente”.
Si en los años 30 la Universal se convirtió en el referente principal del cine de terror, en la década de los 60 y 70 este cetro lo recogió la productora británica Hammer. En 1958 el director Terence Fisher retomó el personaje de “Drácula”, adjudicando el papel a Christopher Lee quien elevó a un nivel superior la representación cinematográfica del vampiro. A lo largo de casi tres décadas, la Hammer se dedicó a revitalizar las figuras del género de terror en toda su amplitud, pero los vampiros fueron los que dieron más juego a la productora. Fue gracias a esta película y a sus sucesivas secuelas, que se enfatizaron los componentes eróticos del mito vampírico, con mayor explicitud a la hora de vincular el beso del vampiro con el coito sexual. Sin embargo, una vez más, los logros de los primeros años fueron cayendo poco a poco en el desgaste, aunque dejando espacio para propuestas más delirantes como “Capitán Kronos. Cazador de Vampiros” o “Kung Fu contra Los 7 Vampiros de Oro”.
Aunque con menos éxito que con los vampiros, la productora británica Hammer también ofreció su visión particular del licántropo con “La Maldición del Hombre Lobo”. En esta ocasión, el origen de la criatura estaba en la violación a una sirvienta muda por parte de un mendigo embrutecido tras años de reclusión en una celda. El niño fruto de esta agresión nacería con la maldición transformándose años más tarde en un licántropo albino. La producción de la película atravesó varios problemas con la censura que condicionó en exceso su guión, teniendo posteriormente una distribución muy limitada. Pese a todo, el talento visual de su director (una vez más el gran Terence Fisher) y la poderosa interpretación de Oliver Reed la marca como una de las más logradas versiones cinematográficas del Hombre Lobo.
En estos años, no sólo el cine británico sacaría jugo de los monstruos clásicos. Para competir con las producciones de la Hammer, el cine italiano produjo varios títulos de terror gótico. Uno de los referentes de este grupo de películas fue la cinta de 1956 “Los Vampiros”, dirigida por Ricardo Freda. El éxito de esta película ayudó a cimentar una tradición de películas que junto con el peplum y el spaghetti western, mantuvieron económicamente la industria cinematográfica del país.
No todos los vampiros tienen por qué ser seres diabólicos y siniestros, en 1964 la serie de televisión “La Familia Monster”, presentaba una versión amable y familiar de “La Familia Addams”, y entre sus miembros podíamos encontrar al campechano personaje del Abuelo, así como a Lily, ama de casa, fiel esposa y cariñosa madre. En ambos casos se respetaba la iconografía clásica de los vampiros.
Por otro lado, en 1967 llegó la mejor parodia del mito del vampiro que ha dado el cine, “El Baile de los Vampiros”, de Roman Polanski. El director polaco aprovechó toda la herencia estética de la Hammer para marcar un compendio de los principales elementos que hicieron famosas las películas de la productora británica desde un punto de vista cómico.
4. VAMPIROS Y HOMBRES LOBOS CASTIZOS
Al igual que el cine italiano, la industria nacional quiso sacar partido al paso de las producciones de Hollywood por tierras castizas, generando una serie de títulos de género donde, por supuesto, el terror y los monstruos clásicos tuvieron un apartado especial. A finales de la década de los 60 hizo su primera aparición Waldemar Daninsky en “La Marca del Hombre Lobo”. El personaje encarnado por Paul Naschy pasó a convertirse en una de las principales encarnaciones cinematográficas del licántropo, recuperado por el actor en hasta 13 ocasiones con el paso de los años, en títulos destacados como “La Noche de Walpugis”, “El Retorno del Hombre Lobo” o “La Bestia y la Espada Mágica”. En todas estas cintas, Daninsky sigue el modelo marcado por Lawrence Talbot, es decir, un ser amargado por la maldición que le consume, que se siente culpable por los crímenes que comente bajo el influjo de La Luna.
Por su parte, el director Jesús Franco, conocido por sus películas en las que aúna cutrerío y brillantez, desarrolló a principios de los 70 varios títulos de temática vampírica. En 1970 llevó a cabo su propia adaptación de la novela de Stoker en “El Conde Drácula”, contando con Christopher Lee nuevamente en el papel del señor de los vampiros. Un año más tarde unió su afición por el terror con su obsesión por el erotismo en “Vampiros Lesbos”, considerada por algunos como la obra cumbre de la filmografía de este peculiar director. Finalmente, llevado por el delirio fusionador, en 1972, nos presentó “Dracula contra Frankestein”, donde recogía, en la línea de los mash ups de la Universal al estilo de “La Zíngara y los Monstruos”, a dos de las criaturas más conocidas del género de terror.
Ninguna de estas películas obtuvo una especial consideración dentro de la industria nacional. Naschy, por ejemplo, pese a que su Waldemar Danisnky le supuso un cierto éxito internacional y le convirtió en un actor de culto, fue discriminado por el cine español debido al tipo de cine que hacía. Mejor recepción crítica tuvo el otro hombre lobo de la época, José Luis López Vázquez con “El Bosque del Lobo”, cinta dirigida por Pedro Olea y que se inspiraba en los hechos reales de los asesinatos de Manuel Blanco Romasanta, un psicópata asesino gallego de mediados del siglo XIX, que en su momento fue definido como un hombre lobo por el folclore local. En la película el protagonista acaba creyéndose los rumores que corren sobre él diciendo que estaba endemoniado, asesinando a sus víctimas las noches de Luna Llena. La película supuso una oportunidad para el actor José Luis López Vázquez para cambiar de registro, siendo considerada una de las mejores interpretaciones de su carrera.
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